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Curar es un proceso creativo, artA�stico y lleno de sensibilidad

Escrito por Redacción el 4 mayo, 2010 en Reportajes
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Ya el gran mA�dico William Osler, el primer profesor de Medicina Interna en la prestigiosa Universidad Johns Hopkins, a finales del siglo XIX, dijo: a�?Si no fuese por la gran variabilidad entre los individuos, la medicina podrA�a ser una ciencia y no artea�?. O, como aseverarA�a aA�os mA?s tarde D. Gregorio MaraA�A?n, con un aire mA?s castizo: a�?No hay enfermedades, sino enfermosa�?. Durante siglos, la ausencia de principios activos especA�ficos y el desconocimiento de la etiologA�a de la enfermedad, restringieron las posibilidades terapA�uticas del mA�dico, y reforzaron su labor de acompaA�ar al paciente y la familia en el proceso patolA?gico.

Prueba de la inquietud de los mA�dicos por mejorar la atenciA?n a sus pacientes, es la velocidad en que desde el siglo XVIII se ha producido la transferencia de tecnologA�a a la prA?ctica asistencial. SA?lo por citar algunos hitos, mencionarA� a Edward Jenner, el descubridor de la vacuna de la viruela, un mA�dico britA?nico que observA? la protecciA?n que otorgaba la viruela vacuna a los campesinos y que se propuso utilizar para inmunizar a la poblaciA?n, esta tarea no hubiera podido extenderse a nivel mundial de no haber sido por Francisco Javier Balmis, mA�dico espaA�ol que circunnavegA? los territorios de la Corona EspaA�ola en ultramar, durante la famosa a�?Real ExpediciA?n filantrA?pica de la vacunaa�?, inmunizando a cientos de sA?bditos de la Casa Real. En el siglo XVIII Oliver Wendell Holmes, que, ademA?s de su fama como poeta era mA�dico, propuso el tA�rmino a�?anestesiaa�?, y en 1847 se populariza en Inglaterra el empleo de cloroformo para la cirugA�a indolora. Koch y Louis Pasteur a finales del siglo XIX, demostraron que los microbios eran los causantes de las infecciones. TambiA�n en el siglo XIX, Aloysius Alzheimer y Emil Kraepelin describieron una demencia degenerativa de la que, aun hoy, no sabemos exactamente la etiologA�a. El descubrimiento de la penicilina G por Fleming, Chain y Florey es tan conocido que no requiere comentarios. Y lo mismo ocurre con la idea de Renato Dulbecco, Premio Nobel de Medicina en 1975, de que los virus podrA�an estar implicados en la gA�nesis del cA?ncer.

Todos estos avances, condujeron en el A?ltimo tercio del siglo XX a una relativa sensaciA?n de seguridad dada la baterA�a de fA?rmacos y los avances tecnolA?gicos aparecidos. Pero, de nuevo, la disparidad individual de respuestas a los tratamientos, evidenciaba que, ademA?s de los factores ambientales, la base genA�tica era determinante para la recuperaciA?n del paciente.

Por eso toda la tecnologA�a derivada del conocimiento del genoma humano promete hacer posible la medicina individualizada, especialmente el objetivo de conseguir la secuencia personal del genoma por una cantidad razonable que permita por tanto al mA�dico reconocer las pequeA�as modificaciones que pueden ser muy importantes para llegar a la medicina predictiva y preventiva. En los A?ltimos aA�os, la genA?mica, la proteA?mica, e, incluso, la metabolA?mica, han permitido una prA?ctica asistencial mA?s personalizada y satisfactoria.

No obstante, la ingente cantidad de nuevos datos, la apariciA?n de fenA?menos tan desconcertantes como las cA�lulas madre o el ARN de interferencia, ofrecen a los cientA�ficos tan elevado nA?mero de variables, que, todavA�a, carecemos de la capacidad de organizar todos los datos para cada individuo concreto. Ya hace tiempo que los cientA�ficos muestran su preocupaciA?n al respecto, en una editorial de la revista Nature de 2000, con el esclarecedor tA�tulo a�?A?Pueden los fenA?menos biolA?gicos ser entendidos por los humanos?a�?, los autores toman una frase del Premio Nobel de FA�sica de 1963, Edward Wigner: a�?como dijo el Prof. Wigner: Es agradable saber que el computador entiende el problema, pero a mi me gustarA�a entenderlo tambiA�na�?, refiriA�ndose a los resultados de una gran cantidad de cA?lculos que intentaban analizar. Y es que, al parecer, todos los biA?logos y fA�sicos que se ven obligados a barajar una gran cantidad de datos, temen que se delegue el conocimiento a los computadores, o que a�?los A?rboles impidan ver el bosquea�?.

En la A?ltima reuniA?n de los jurados de los Premios Rey Jaime I, el Dr. Harold Kroto, Premio Nobel de QuA�mica en 1996 por su descubrimiento de los fulerenos, tambiA�n me mostraba su preocupaciA?n por la distancia de las nuevas tecnologA�as a la comprensiA?n de los jA?venes de su funcionamiento intrA�nseco. Y es que el grado de sofisticaciA?n de nuestros inventos, la complejidad de los factores biolA?gicos implicados, suponen un reto para el desarrollo de esa medicina con la que soA�amos.

AsA�, por ejemplo, la idea de conocer las estructuras de todas las proteA�nas de nuestro organismo, sea una guA�a adecuada para conocer su funciA?n. Si la suma de la cantidad total de proteA�nas catalA�ticas, es decir con acciA?n enzimA?tica, de ciertos tejidos es mayor que la proteA�na total del tejido, lo que indica que una proteA�na frecuentemente tiene mA?s de una funciA?n. Recordemos que se calcula que el organismo humano contiene un millA?n de proteA�nas, naturalmente las que existen en grandes cantidades son fA?ciles de estudiar pero no las que hay pequeA�as cantidades. Los avances en esta tecnologA�a son de gran interA�s, y en este sentido sA� que la combinaciA?n de tecnologA�as, incluyendo el uso de supercomputadores, como el Marenostrum, que se debe a la labor del Premio Rey Jaime I Mateo Valero, nos permitirA? avanzar en la medicina individualizada.

No quisiera dejar de mencionar las nuevas tA�cnicas diagnA?sticas y terapA�uticas: el uso de microarrays, la detecciA?n de mutaciones, el empleo del TAC, la resonancia magnA�tica nuclear, el PET (la tomografA�a por emisiA?n de positrones), de la que en el IFIC de Valencia el grupo del Dr. JosA� MA? Benlloch estA? desarrollando una versiA?n en microcA?mara, las gammagrafA�as, los transplantes, los nuevos sistemas de prA?tesis biA?nicas, como la prA?tesis para amputaciA?n transcutA?nea intraA?sea a��y, naturalmente, las aportaciones que mi amigo Craig Venter ha realizado en los A?ltimos aA�os, tras lograr la secuenciaciA?n del genoma humano. Me refiero, en primer lugar, a su bA?squeda de nuevos genes codificantes de proteA�nas no identificados hasta ahora, y para lo cual estA? realizando un rastreo en todos los ocA�anos sin precedente en la historia de la ciencia; segA?n el propio Venter y los componentes de su equipo que atracaron este otoA�o con el Sorcerer II en Valencia, ya han identificado unas 60.000 nuevas proteA�nas en las muestras analizadas. Y, por supuesto, a su logro estrella, en el que Venter contA? con la colaboraciA?n del Premio Nobel de QuA�mica Hamilton Smith, a quien, desde hace aA�os, invitamos a los jurados de los Premios Rey Jaime I: la creaciA?n en el laboratorio del primer cromosoma a�?artificiala�?, el mycoplasma laboratorium. Creo que todavA�a no somos plenamente conscientes de las repercusiones que puede tener el hallazgo.

En cualquier caso, me temo que todos estos avances nunca supondrA?n la supresiA?n de esa imprescindible relaciA?n mA�dico-paciente, de esa necesidad de confianza y respeto mutuo. Porque curar, como la mayor parte de las actividades cientA�ficas, ademA?s de un profundo conocimiento de los mecanismos por los que se produce un fenA?meno, es un proceso creativo, artA�stico y lleno de sensibilidad.

El filA?sofo Immanuel Kant decA�a a finales del siglo XVIII a�?dame materia y construirA� un gusano vivoa�?. Kant, en el fondo, consideraba falsa su afirmaciA?n; sin embargo, la biologA�a sintA�tica ha dado los primeros pasos para demostrar que Kant estaba equivocado. Los beneficios que seamos capaces de conseguir, harA?n mA?s elevada la calidad de vida de nuestros descendientes. BM 

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